En una era de rupturas, la longevidad de las parejas empieza a ser un enigma. Cuando el enamoramiento “químico” se desvanece al cabo de unos meses, comunicación, amistad, complicidad y apertura al exterior son fundamentales para que la pareja se consolide y supere la exigencia de cambio continuo.
Familias inquebrantables, matrimonios para la eternidad, hogares indisolubles. Los antiguos vínculos que determinaban la vida del ser humano llevan camino de extinguirse en la posmodernidad. Establecer lazos con el prójimo depende únicamente del propio esfuerzo. Es el precio de la libertad, de andar suelto: lograr ese equilibrio imposible entre el impulso de estrechar lazos, pero manteniéndolos flojos para poder desanudarlos antes de que sean una carga o limiten severamente la libertad necesaria para relacionarse. “En este mundo de rampante individualidad, las relaciones son una bendición a medias”, afirma el sociólogo Zygmunt Bauman en Amor líquido.
En este marco de ambivalencia, sorprende la longevidad de las parejas que aún lo son, sobre todo de las que son relativamente jóvenes y que al casarse ya contaban con una ley del divorcio y una independencia económica para la mujer.
La Química de un misterio
Pero ¿cuál es la misteriosa fórmula de las parejas que duran? No sólo el flechazo y los 18 meses, que a lo sumo, dura el enamoramiento se ven condicionados por la química cerebral, con la segregación de feniletilamina que produce excitación y pasión emocional, los estrógenos y andrógenos que aumentan el apetito sexual.
La fidelidad también vendría condicionada por la vasopresina y la oxitocina, sustancias que fabrica el cerebro y que, en plena relación sexual, pueden liberarse en la sangre y crear un apego, un lazo. Así funciona en los animales, y la antropóloga Hellen Fisher asegura que en los humanos también. “No te acuestes con alguien de quien no te quieras enamorar”, aconseja.
Morgado, por su parte, cree que la influencia de estas hormonas queda disminuida por la enorme capacidad del córtex cerebral de crear relaciones sociales. “La relación afectiva y sentimental entre dos personas es mucho más que unas hormonas liberadas en un momento dado. Además de la química, está la fisiología, una educación, un pasado, un presente y una imaginación del futuro”, dice.
Pero la química explica en gran parte por qué la ruptura de una pareja longeva cuesta mucho más de encajar. Al superar la fase de enamoramiento, la pareja libera más endorfinas y encefalinas, sustancias similares a la morfina, que crea un estado de relax y tranquilidad. La euforia deja paso a un estado de bienestar y, en la ruptura, el drogadicto se queda sin las sustancias que le aportaban ese placer.
La clave: el diálogo
“El amor no es mágico”, apunta la psicóloga y sexóloga Carme Freixa. “Ni es irracional, pues no se trata de patologías del amor y dependencias emocionales, como vemos en mujeres maltratadas o en personas que temen al compromiso y se fugan cuando la relación se consolida. Hablamos de personas que, superada la ducha química que es el enamoramiento, manifiestan la voluntad de compartir su vida. Ese amor tiene connotaciones que van desde lo puramente fisiológico hasta la idea de proyecto en común. Y para que eso dure, deben trabajárselo, de lo contrario, se diluirá o se mantendrá por razones que nada tienen que ver con una relación positiva”. La clave, apunta Freixa, es una relación de tú a tú desde la autoestima, la empatía, el humor y la capacidad de seducción; es decir, de enviar comunicación positiva sobre lo que uno quiere y lo que le interesa: “Es absurdo pretender que si me quiere ya sabrá lo que quiero: hay que comunicarse”.
¿25 años? ¡Felicidades!
La pareja que resiste es la que más se acerca al trabajo en equipo, apunta María Palacín, profesora de Psicología Social de la UB. “Es un proyecto en común que caduca y que hay que seguir construyendo, que implica una comunicación eficaz para resolver conflictos y una sexualidad satisfactoria para ambos. Eso sí, debe nutrirse del exterior si se encierra demasiado, muere”. No es fácil, añade.
A quien cumple 25 años de pareja se le felicita. ¿Qué habrá hecho con la monotonía? ¿Y sin modelo de referencia de igualdad? Ahora pocos se resignan por circunstancias sociales de antaño. Aun así, la hipoteca une, los hijos siguen siendo una razón y el miedo a la soledad acecha. Además, la sexualidad se vive a menudo por separado, ya sea pactando o sin previo acuerdo.
La relación positiva de larga duración es posible siempre que intervenga la amistad, sostiene el filósofo Joan Carles Mèlich, ésta no pide intercambio sino reciprocidad -explica- y, a diferencia del enamoramiento, que sucede a nuestro pesar, se construye y se desea. “No concebir el amor-amistad con la pareja, dejarla fuera de esa agenda, es machista”, añade. A su juicio, si la longevidad de la pareja está en crisis es porque cada vez es más difícil establecer relaciones de amistad. “Son más bien de enamoramiento o de colegas, pero si la monotonía es fatal para la persona, también lo es una innovación tan veloz que nada deje estable. Ya era hora de que pudiéramos realizarnos sin pedir permiso, pero pensar que el proyecto vital se puede realizar en solitario es ignorar un problema. La soledad existencial”.
¿Qué soy para el otro?
Estoy porque lo quiero, porque me compensa. El psicoanálisis ve en esas explicaciones la envoltura de una verdad más compleja. “Hay algo en el otro que permite acoplarnos, lo importante es qué soy para el otro”, dice el psicoanalista Eugenio Díaz. “Si uno no sabe qué le engancha, no sabe de qué se está separando y por eso no puede separarse, sólo alienarse. Ese enganche es una referencia del pasado, la adscripción a un papel, por ejemplo: ser siempre el deseado, el maltratado. Ceder le da miedo porque teme desengancharse”.
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